H. Feitián
Mientras Martha mastica la
polenta con verduras y lino tostado, observa la pared, y se pregunta: ¿La
polenta que estoy
comiendo-masticando-digiriendo-enfriandomientrasescribounmensajedetexto-etc..
existe realmente? Y no es porque sea muy radical –piensa Martha-, todo lo
contrario, quizás. Pero es que una de esas noches, de escribir en el asfalto de
alguna calle con iodofón un himno frágil y sincero, y mentira y eterno, a ella
le dijeron una verdad. Una verdad que no conoce, porque nunca ha probado
saberla. Una verdad que no discute. Mantiene la suya, mientras. Sin
contraponerse. Ella dice: “Puedo seguir lamiendo los cordones de la vereda, si
quiero, aunque me parece poco razonable usar alpargatas en la gran ciudad. Y no
es por una cuestión con el calzado mismo, o por los cayos –si fuera por esto
último, la verdad sería otra- es, simplemente, por respeto a sus bigotes”.
Agarra una galletita medio
rápidamente al darse cuenta-acordarse de que allí estaban. A la misma velocidad
la muerde, y ahí se perdió. En el conteo. Del cambio de sabor. Todo esto no
importa, espero que no hayan seguido la idea. Entonces (ahora sí) nuevos
indicadores en forma de gancho y con un puntito vuelven a aparecer bailando y
gritando y saltando en su frente y (aunque las letras no las vea, éstas dicen):
¿Pero si le puse una sucursal Diosa que le da la existencia como tal esta
hermosa comida, vale, o no vale? ¿Existe o no? ¿O existe a medias?
Esto me gusta. Las medias. Las
cosas a medias no. Aunque siempre son a medias. Menos cuando tenés tremendo
orgasmo y no queda otra cosa que dormitar todo pulcro sobre el hombro de tu
amada.
Una de esas noches, Martha y Olga
se habían sacado los tacos, y mientras las medias de nylon se iban agujereando
en cada vuelta a tierra de sus pies sin volver a tierra sus zapatos ellas
cantaban: “Polenta sin leche no es polenta!” “Polenta sin leche no es polenta!”
“Polenta sin leche no es polenta!” “Polenta sin leche no es polenta!”… Y así..
Horas pasaron, horas quedaron,
horas quedan, horas bolazo, que bolazo que digo. Pasadas unas horas, entonces,
descansaban de la ajetreada ida-y-vuelta a comprar una caja de tetrabrik y
Martha le confiesa a Olga: Che, Olga, yo nunca comí polenta con leche.
Por supuesto que nada mucho más
interesante pasó.
Martha, el viernes que se sentó a
almorzar a las 16:28 de la tarde se acordó de la canción. Cuentan que hacía
días que la repetía adentro de su cabeza. No le puso leche, por supuesto. Pero
llegó a acercarse, quizás, pseudoderritiendo una feta de queso mozzarella
arriba del prostíbulo de verduras.
Martha tiene 15. Martha la número
3.589.321-9. Martha Legrand. Martha suena a tarta. Martha con h, por supuesto. Olga,
sin h, por supuesto.
Y agrega: Porque son los únicos
bigotes que respeto.
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Martha haciendo yoga excéntrico drogada con placebos homeopáticos hepáticos para la hepatitis hepática tica-tica / tico-tico. Mentira, ella no es Martha, es Olga. No, mentira, no es Olga, es Marta. Mentira, no es Marta, ni Martha, ni Olga. No se quien es.
ta.
Ah. Esto ha sido dedicado en agradecimiento a Mr. Loveral, quien quizás sin darse cuenta ha empujado el balón nuevamente para dentro de la cancha. Salú.