15.6.12

Martha se cuestiona, eso indica que ya ha salido de trabajar.


                                                                                                           H. Feitián

Mientras Martha mastica la polenta con verduras y lino tostado, observa la pared, y se pregunta: ¿La polenta que estoy comiendo-masticando-digiriendo-enfriandomientrasescribounmensajedetexto-etc.. existe realmente? Y no es porque sea muy radical –piensa Martha-, todo lo contrario, quizás. Pero es que una de esas noches, de escribir en el asfalto de alguna calle con iodofón un himno frágil y sincero, y mentira y eterno, a ella le dijeron una verdad. Una verdad que no conoce, porque nunca ha probado saberla. Una verdad que no discute. Mantiene la suya, mientras. Sin contraponerse. Ella dice: “Puedo seguir lamiendo los cordones de la vereda, si quiero, aunque me parece poco razonable usar alpargatas en la gran ciudad. Y no es por una cuestión con el calzado mismo, o por los cayos –si fuera por esto último, la verdad sería otra- es, simplemente, por respeto a sus bigotes”.
Agarra una galletita medio rápidamente al darse cuenta-acordarse de que allí estaban. A la misma velocidad la muerde, y ahí se perdió. En el conteo. Del cambio de sabor. Todo esto no importa, espero que no hayan seguido la idea. Entonces (ahora sí) nuevos indicadores en forma de gancho y con un puntito vuelven a aparecer bailando y gritando y saltando en su frente y (aunque las letras no las vea, éstas dicen): ¿Pero si le puse una sucursal Diosa que le da la existencia como tal esta hermosa comida, vale, o no vale? ¿Existe o no? ¿O existe a medias?
Esto me gusta. Las medias. Las cosas a medias no. Aunque siempre son a medias. Menos cuando tenés tremendo orgasmo y no queda otra cosa que dormitar todo pulcro sobre el hombro de tu amada.
Una de esas noches, Martha y Olga se habían sacado los tacos, y mientras las medias de nylon se iban agujereando en cada vuelta a tierra de sus pies sin volver a tierra sus zapatos ellas cantaban: “Polenta sin leche no es polenta!” “Polenta sin leche no es polenta!” “Polenta sin leche no es polenta!” “Polenta sin leche no es polenta!”… Y así..
Horas pasaron, horas quedaron, horas quedan, horas bolazo, que bolazo que digo. Pasadas unas horas, entonces, descansaban de la ajetreada ida-y-vuelta a comprar una caja de tetrabrik y Martha le confiesa a Olga: Che, Olga, yo nunca comí polenta con leche.
Por supuesto que nada mucho más interesante pasó.
Martha, el viernes que se sentó a almorzar a las 16:28 de la tarde se acordó de la canción. Cuentan que hacía días que la repetía adentro de su cabeza. No le puso leche, por supuesto. Pero llegó a acercarse, quizás, pseudoderritiendo una feta de queso mozzarella arriba del prostíbulo de verduras.
Martha tiene 15. Martha la número 3.589.321-9. Martha Legrand. Martha suena a tarta. Martha con h, por supuesto. Olga, sin h, por supuesto.
Y agrega: Porque son los únicos bigotes que respeto.


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Martha haciendo yoga excéntrico drogada con placebos homeopáticos hepáticos para la hepatitis hepática tica-tica / tico-tico. Mentira, ella no es Martha, es Olga. No, mentira, no es Olga, es Marta. Mentira, no es Marta, ni Martha, ni Olga. No se quien es.

ta.



Ah. Esto ha sido dedicado en agradecimiento a Mr. Loveral, quien quizás sin darse cuenta ha empujado el balón nuevamente para dentro de la cancha. Salú.